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Escribe Claudio Barile:
En este álbum Gustavo Fedel se encuentra de manera permanente con sus propios recuerdos, que a veces resultan un tanto crípticos, sugeridos en otras ocasiones, y también explícitos a través de algunos de los títulos de cada una de las piezas que integran de The Last Suite. ¿Se trata de una obra autobiográfica? La respuesta es un rotundo sí. Es música que no suena, sino que late y conmueve, predisponiendo a escuchar siempre lo que sigue, lo que resta de la obra como si diéramos vuelta la página del libro que nos tiene atrapados. Música que resulta poliédrica, intempestiva por momentos, melancólica e impulsiva en otros y acaso una experiencia casi lisérgica a veces.

Tríptico de la infancia comienza con "De niños y perros". Se percibe allí la frescura blanca y transparente de los niños que otrora jugaban con ingenuidad dentro de su entorno. "El primer piano" rinde tributo a la laboriosa actitud de su padre por adquirir, no sin esfuerzo, el primer piano para su hijo. Es un recuerdo perenne a las escalas que se oyen con tenacidad en primer plano y se anteponen a la nostálgica melodía que las secunda e ineluctablemente las repite a lo largo del trayecto de la pieza. Evoca con ello nuestro pan de cada día (para todo aquel instrumentista que aspire al virtuosismo, las escalas y arpegios han de serlo). La Suite se completa con "De árboles y abuelos". Siguiendo la concepción de Paulo Freire, los primeros contactos con la lectura han de ser acaso no con palabras sino con los árboles, con los senderos y todo lo que nos circunda a lo largo de nuestro crecimiento. Hurgando en los recuerdos, logra Fedel imágenes armónicas, que probablemente hagan piantar un lagrimón.

Micropostludios 1-2-3: Para piano solo. Se escucha algo así como una Promenade entre pasillos y recuerdos. Imaginemos si se quiere a un pensador, un filósofo peripatético que formula preguntas pero que no responda a ninguna de ellas. No es necesario que lo haga. El solo acto de haberlas formulado generará en los contertulios el embrión de la duda y la ulterior encrucijada.

Diana (Cuarteto de cuerdas Nº 1): La obra alude a la hermana mayor de Fedel, con quien compartió desde la primera infancia su gran delectación por la música. Según Fedel ella fue su maestra. El primer movimiento -"El otoño de tus ojos"- anticipa los días húmedos del invierno de Buenos Aires, en contraste con el verano previo. El enigma que caracteriza la breve existencia de Diana se torna cada vez más ostensible. Sigue "La primavera de tu risa", presentando interrogantes que han de continuar hasta el fin. El tercer movimiento se titula "El verano de tus labios": No ha de remitir a beso alguno, ni a nada que se parezca al romanticismo, sino al color carmesí de heridas recurrentes, en virtud de los vuelcos que Diana padecía en su deambular inquieto. Señala el propio Fedel al evocarla: “Se agitaba si la música que escuchaba era trágica o triste, y por el contrario reía y se hamacaba si le producía alegría. Imagino una ampolla de sentimientos. Ella jamás habló, pero tampoco tuvo condicionamientos intelectuales”. La obra culmina con "El invierno de tu silencio": Todo ha sido dicho, no hay más preámbulos. El invierno, ese mal huésped, se instala con nosotros y, al decir de Nietzsche, “con sólo un apretón de manos al encuentro nos la dejará morada”. Quedan suspendidas notas que al cabo van transformándose en función del caleidoscopio armónico reinante. Sólo un acorde esperanzador y redentor nos aguarda en el fin del episodio.

Continuamos con el Tríptico del Siglo XXI. El primer movimiento es "Epubelos", un relato con comentarios entre claves muy vecinas, en este caso contrabajo y clarinete bajo. Para el autor: agobio, misterio, ironía. Sigue "Epunoides", un neologismo que en interpretación de Fedel remite a seres que, si bien no podemos verlos, existen, siempre están en otro lugar y atentan contra los seres sensibles, los portadores de belleza o los sensatos. Incansables, siempre vigilan la zona y están en todo el mundo. Según el compositor, los Epubelos son aún peores… y se cuentan por millones. El tríptico termina con "Serialus tonalis", que para el autor es humor y neurosis de domingo (y aquí es donde se pelea con Schönberg). Es una sátira tonal sobre la llamada Segunda Escuela de Viena. Fedel cierra: "La música tonal morirá cuando muera el sol."

Llega así el Requiem Cane, que inicia con "Nuncius", una elegía coral. Como evocando a J.S. Bach podemos seguir el derrotero de alguna voz y, tal como ocurrirá con éste, cada vez que lo hagamos nos revelará una y otra vez una mágica sensación, pues entre tantas voces imbricadas nos alejará del puerto de salida (tal como ocurre con los escaques del ajedrez dentro de una partida) y la simultaneidad de caracteres servirán para recordar lo que constituye a este mensajero (Nuncius): la sinergia de las voces. Sigue luego el "Adagio de Santina, la lluvia y la luna", donde Fedel evoca a su adorada perrita callejera. Después de su encuentro con ella los dos fueron inseparables hasta el último día, al igual que Marie, su predecesora, con una diferencia de casi veinte años entre ambas. El estoicismo y el amor de estos dos animales conmovió en lo más hondo al compositor, quien nos comenta: “Esta perrita vivió bajo la lluvia muchos años, sola en la calle por su renguera, días y noches... La luna en la conclusión del Adagio es para iluminar su destino.” El "Recordare" final es justamente eso: el recuerdo. La ausencia y la despedida.

Por último "Soletudine", para piano solo, evoca –tal como el título lo augura- esos momentos de aislamiento del mundanal ruido, para ser capaz de evocar en el recuerdo los momentos de amor, dolores, golpes, penas y alegrías.
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Escribe Amelita Baltar:
No van a leer de mí ninguna crónica de las músicas de Gustavo Fedel. No toco ningún instrumento, sólo soy una cantante que admira su trabajo. Fedel realizó hace algún tiempo atrás los arreglos de varios discos míos y lo he visto crecer durante todos estos años, a través de sus Preludios, su Stabat Mater maravilloso, etcétera. En este disco hay un Fedel entero, que le ha dado el fervor de lo que posee y ama en su vida. Un disco distinto, que enamora, que a la sola lectura de los títulos de sus temas interesa y llama a escucharlos. Con momentos románticos, dolorosos y felices. Lo admiro y lo amo mucho. Y bueno... es Gustavo Fedel.
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Escribe Osvaldo Favrot:
Año 1974. Gustavo (22) y Osvaldo (24) ensayan juntos para concretar una de las mejores obras del rock progresivo de Latinoamérica, que aún hoy se sigue admirando en muchos lugares del mundo: el álbum Crisálida, del grupo Espíritu. Gustavo ya era por entonces un músico fuera de serie, excelente pianista y arreglador. Desde aquellos momentos hasta hoy tuve la suerte de conocer toda su obra y disfrutar de todos sus trabajos discográficos. Todos de un nivel compositivo e interpretativo difícil de encontrar. Siempre fiel a su música y defendiendo sus ideas, toda su obra irradia talento y creatividad. Por mi parte, siento orgullo de haber compartido con Gustavo tantos momentos de buena música y de seguir hoy disfrutando los sonidos mezclados de nuestros instrumentos. Gracias Gustavo por estar y permitirme dar estas palabras. Seguí adelante, escribiendo y grabando tu música, que con seguridad hay mucha gente que la necesita.

credits

released July 30, 2021

Cuarteto Petrus: Pablo Saraví (1º violín), Hernán Briático (2º violín), Adrián Felizia (viola), Gloria Pankaeva (cello).

Claudio Barile (flauta), Matías Tchicourel (clarinete),
Julián Medina (contrabajo), Gustavo Fedel (piano).

Voces: Fumi Chiung-Wen Hsu (soprano), Verónica Cánaves (contralto), Maico Tsiao (tenor), Sergio Carlevaris (bajo).

Grabación, mezcla y masterización: Arturo Lamm.
Registrado entre 2019 y 2020 en los Estudios LC y EPG, Buenos Aires.

Diseño de portada: Germán A. Serain

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Gustavo Fedel Buenos Aires, Argentina

Gustavo Fedel: Compositor, director, arreglador y pianista nacido en Buenos Aires, Argentina.

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